1 puñado de berros
Agua
Unas gotas de vinagre o de lejía
La limpieza de los berros ha de ser escrupulosa, debido a que muchos de ellos se recogen de riberas de ríos y regatas. A pesar de que muchos son cultivados, hemos de desconfiar de su origen y limpiarlos bien. Una vez recogidos en un mazo, eliminamos los que veamos que están magullados. Los aclaramos en abundante agua fría y los escurrimos. En una segunda pila llena de agua, añadimos unas gotas de vinagre o de lejía y los sumergimos nuevamente, dejándolos unos 5 minutos, para que las impurezas se sumerjan. Los escurrimos y les volvemos a dar un nuevo golpe de agua. Si tenemos un secador-centrifugador de lechugas, le damos unas vueltas para secarlos al máximo. Delicadamente vamos separando los ramitos y las hojas grandes y los vamos depositando en un bol si los vamos a aliñar inmediatamente. Si no es así, los conservamos en un recipiente especial para ensaladas, con rejilla en el fondo, o sino en un bol normal, cubiertos con un trapo ligeramente humedecido.